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Los dolores del alma

No hay forma de decir adiós, no existe un modo de borrar los recuerdos para evitar la agonía interminable de la despedida. No hay forma de prepararse para olvidar a un ser querido, a una persona que amamos, por más que pretendamos alejarnos del dolor, poner una barrera en nuestro corazón para continuar nuestro camino lo mejor posible, el dolor de la pérdida nos persigue, hasta hacerse costumbre, conseguir que nos resignemos a vivir con la pena eterna de no poder volver a besarlos en la mejilla, a regalarles una caricia furtiva entre el ajetreo inicuo de nuestra vida diaria.

Cuando la muerte llega, se nos para al frente con una sonrisa burlesca, obligándonos a hacer una minuciosa revisión de nuestra vida, a darnos cuenta de la cantidad interminable de errores que hemos cometidos y una nueva tristeza envuelve nuestros corazones. Ahora debemos intentar de alguna forma cambiar, remediar nuestros errores y seguir adelante con los restos de vida que nos van quedando. Recogemos nuestra alma en trozos y continuamos nuestro camino.

Tiempo después, la desesperación, la angustia y la tristeza parecen haberse ido, hasta que cualquier cosa nos recuerda que extrañamos a alguien, que nuestro corazón se rompió en pedacitos en un instante. Que perdimos ese minuto de nuestras vidas y que no lo vamos a recuperar. Nuevamente continuamos nuestro camino adormecidos para no sentir. Una y otra vez tratamos de aferrarnos a lo que nos queda, para sobrevivir entre los dolores del alma.

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